El dios agnóstico no es el Dios revelado en la Biblia

Podemos, dentro de todas las características de la cultura helénica en la antigüedad, resaltar dos de ellas: (1) el amor por el conocimiento y la sabiduria (de ahí viene la palabra filosofía = amor por la sabiduría, en griego), sirviendo ella como uno de los pilares de nuestra civilización occidental. (2) el politeísmo y la superstición llevados a altos níveles, al punto de que un filósofo de la época dijo, en modo irónico, que habían más ídolos en Atenas que personas. Esas características son resaltadas en el texto que Lucas relata en Hechos 17, cuando el apóstol Pablo llega a la ciudad de Atenas. Una ciudad cosmopolita, que no tenía la fuerza política y militar del pasado, pero que aún conservaba su fama de centro del saber y la erudicción, además de su politeísmo. 

Y esas dos características son usadas por Pablo cuando es llevado al Areópago para ser interrogado sobre su enseñanza.

Aquí vale la pena romper una lanza a favor del apóstol: he leído y escuchado a algunos que consideran la predicación de Pablo en el Areópago muy débil y muy intelectual, con pocos resultados. Sin embargo, cuando leemos los versos que anteceden a ese momento, vemos que el apóstol tenía algún tiempo predicando, en la sinagoga y en la plaza, sobre Jesús, basicamente todos los días como relata Lucas (17.17-18) y fue por esa causa que lo llevaron al Areópago (17.19-21). Así que, no podemos menospreciar al misionero por excelencia y autor de tantas epístolas! 

Cuando Pablo está en Atenas, él observa un altar chamado "᾿Αγνώστῳ Θεῷ" (agnosto theo = el dios desconocido u olvidado), un dios al que los atenienses no conocían o ignoraban de su existencia; sin embargo, de acuerdo a su entendimiento, aún sin conocerlo, ese ser merecía ser adorado de la misma forma que todos los dioses que cultuaban (Hechos 17.22-31).

Ese altar es interesante, porque era una contradicción para los griegos: los amantes de la sabiduría y del conocimiento, de repente se encontraron con un dios tan transcedente, que les era imposible conocer y cultuar por su nombre, teniendo que vivir en las penumbras de la ignorancia y ofrecer sacrificios sin saber si le serían de su agrado o no.

Por eso, en su predicación, Pablo llama a los "sabios" de ignorantes (v 30), porque vivieron todo el tiempo "palpando" y buscando a un Dios que, para ellos, estaba oculto, y sin embargo, siempre se manifestó al darles sustento, comida y alegrías; además de no necesitar de nada de lo que le podemos dar, porque Su Majestad, y Presencia cubre toda la tierra, por eso es imposible que habite en templos hechos por hombres, y mucho menos ser representado por imágenes e ídolos (vv 22-29). 

El orgullo griego, fundado en los pilares del conocimiento y la religión, recibieron un duro golpe con el discurso apostólico. La trascendencia de Dios les hizo ver que su conocimiento era completamente limitado e imperfecto.

La conclusión de Paublo es contundente: los sabios, orgullosos e idólatras atenienses debían arrepentirse de sus pecados y buscar, en Jesús, el perdón de sus pecados, porque será el mismo Senhor quien juzgará al mundo, teniendo como evidencia de su poder el haber resucitado de los muertos (vv 30-31). Pablo aquí les muestra que, con la Encarnación, vida, obra, muerte y resurrección de Jesús, Dios no solo era trascendente, como también imanente, próximo, cercano, revelado a nosotros en carne y hueso; no como los semidioses de la mitología, sino como verdadero Dios y verdadero hombre.

Pablo sabía que su mensaje tendría resistencia, por causa del menosprecio griego a la resurrección, y la falta de conocimiento sobre el Dios de la Biblia. Aún así, su valor y la necesidad de predicar el Evangelio prevaleció contra cualquier deseo de adaptar la predicación a los delicados oídos atenienses.

Vivimos en un mundo donde las personas no quieren ver a Dios en todas las cosas. Esa Teología Natural, donde Dios muestra su firma en cada belleza y orden, es ignorada por aquellos cuyos corazones tienen como dios a la ciencia atea, o a los ídolos inventados en sus corazones, los cuales pueden ser de madera, piedra, plástico, o el dinero, familia, poder, fama, y un largo etcétera. 

Así como los griegos, vivimos con el deseo de aprender, conocer, cuestionar, criticar, pero no hay el deseo de conocer a un Dios que también se nos reveló en Cristo, ofreciendo la vida de Su propio Hijo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dándonos la paz con el Padre a todo aquel que cree en Él. La Revelación Específica de Dios encuentra su climax cuando Él mismo irrumpe en nuestro mundo caído, para darnos la reconciliación y la adopción.

Un viejo refrán dice que "no hay peor ciego que aquel que no quiere ver", así son las personas que prefieren adorar al agnosto theo, creyendo que, al adorarlo en la ignorancia, él Señor de Gloria recibe esa devoción. A todos muchas veces se nos olvida que Dios es Dios, y sus exigencias con relación a la comunión que debemos tener con Él son claras: solo a través de Jesús, el Único Mediador entre Dios Padre y los hombres (Juan 14.6; 1 Corintios 3.11; 1 Timoteo 2.5). Por eso, así como Pablo, no tengamos miedo de exponer las incongruencias de las personas, que insisten en adorar a las criaturas y al conocimiento en vez de Aquel que creó y sustenta todas las cosas, además de ser la fuente de todo conocimiento y sabiduría, manifiesto en estos días por Cristo.

El agnosto theo no es el Dios de la Biblia, es el dios de este siglo: el dios de la ignorancia y la superficialidad, el dios de la autosuficiencia y del conformismo, donde vale adorar al Creador a la manera que a cada uno le plazca porque, después de todo, Dios debe conformarse con lo que le pueden ofrecer. Ese dios es uno hecho a la imagen del hombre: maleable, indigno de confianza y de ser seguido, una marioneta.

El Dios de la Biblia, en contraste, además de ser trascendente, es un Dios que se relaciona con el hombre que un día se rebeló y le dio la espalda. Él mismo vino a resolver el problema generado en el corazón humano, se hizo hombre y ofreció su vida para darnos el rescate que jamás podríamos obtener por otros medios. Él es el Salvador.

No caiga en el juego agnóstico, Dios se reveló a nosotros en Cristo, y hoy, a través de las Escrituras, podemos conocerlo, así como por el testimonio del Espíritu Santo.

Crea en el Evangelio.

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