Mantener y cuidar de un muro siempre será responsabilidad de quien lo levanta: él es el encargado de pintarlo, cuidarlo para que no sufre filtraciones y velar para que cumpla su función, que es la de demarcar, de una forma clara, a quién le pertenece ese territorio.
Así que, siempre que vemos un muro, sabemos que alguien lo colocó allí.
Cuando Dios creó al hombre, le dio la capacidad de tener comunión plena con Él. Lo vemos en Génesis cuando Adán, sin ningún impedimento u obstáculo, escuchaba la voz de Dios, indicándole lo que debería hacer. El capítulo 2 de Génesis es precioso en ese sentido, porque no hay nada ni nadie que impidiera la libre comunicación entre el Creador y el hombre hecho a su imagen y semejanza.
Sin embargo, el pecado generó una separación entre Dios y el hombre en todos los sentidos: al tener consciencia de pecado, Adán y Eva ocultaron sus cuerpos entrre ellos y se escondieron de la presencia del Señor. La vergüenza y el temor fueron nuevos sentimientos que se despertaron desde el momento en que comieron del fruto prohibido, trayendo sobre ellos la consecuencia de una vida alejada del Señor Dios por causa de la desobediencia: expulsos del Edén e imposibilitados de comer el árbol de la vida, ahora el hombre estaba a merced de sus propias decisiones y consecuencias directas de su rebelión.
Cuando el hombre decidió pecar, él declaró autonomía del Creador y el deseo de viver bajo sus propias reglas y decisiones, erigiéndose como el nuevo dios. En esa hora, el hombre comenzó a erigir su muro, bajo la tutela de Satanás, quien lo había tentado a comer del fruto del árbol.
Como dije anteriormente, cuando vemos un muro, sabemos que alguien lo colocó: en el caso de la separación entre Dios y el hombre, fue el mismo hombre que, por causa de su pecado, decidió separarse del Señor.
Vean como Isaías les dice eso a los israelitas, recordándoles que la salvación del Señor está abierta para todo aquel que quiera ir hacia Él:
Isa 59:1-2 He aquí, no se ha acortado la mano del SEÑOR para salvar; ni se ha endurecido su oído para oír. (2) Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos.
El muro fue levantado por el hombre, porque en su pecado, no conseguía acercarse a un Dios Santo y Puro, que en su justicia expulsó al hombre del Edén, pero en su misericordia, impidió que el hombre comiera del árbol de la vida, permitiendo que el hombre se salvase a través de la muerte de un sacrificio sustituto, para expiar el pecado de la humanidad. Si el hombre hubiera comido del árbol de la vida después del pecado, el infierno estaría en la tierra, y estaríamos eternamente condenados, sin esperanza de rescate.
El pecado es el muro levantado por el hombre, no hay forma en que el hombre pueda subir por él y llegar a la presencia de Dios, por causa de su altura. La separación es del tamaño de la eternidad, por causa del Dios Eterno y su carácter Santo: al hombre separarse de Dios, el abismo es infranqueable.
Sin embargo, vean como la misericordia de Dios nos alcanzó a través de Cristo.
Tito 3:3-7 Porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros. (4) Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, (5) Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, (6) que Él derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, (7) para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna.
El verso 3 enfatiza nuestra separación de Dios por causa del pecado. No obstante, el apóstol Pablo nos muestra que el acto salvífico del hombre nace en Dios Padre (v 4), su bondad y amor hizo que nos salvara por medio de Jesucristo (v 6) siendo lavados, regenerados y renovados por el Espíritu (v 5), para que seamos declarados justos por causa de Cristo ("justificados") e hijos de Dios ("herederos).
Jesucristo vino al mundo como hombre, semejante a nosotros pero sin pecado, para tomar nuestro lugar en el juicio de Dios, sufriendo nuestro castigo, cargando nuestro sufrimiento y condenación, muriendo para que la ira del Padre recayera sobre Él, y así, por causa de su justicia y santidad, pudiéramos alcanzar la salvación, la vida eterna y el perdón divino. Su resurrección es el testimonio de que su obra fue completa. Su ascensión es la evidencia de que reina sobre todo y todos.
Jesús rompió el muro de separación del pecado, y nos abrió el camino al Padre a través de su muerte sustituta. Por eso, Él es la puerta y el camino, porque podemos, solo por Él, encontrar la vida eterna.
Por eso, no vale simplemente subirse al muro y contemplar el camino del Evangelio, pensando que estar encima del muro impide que seamos contaminados por el pecado. Recuerda que ese muro tiene dueño, y mientras estés en ese muro, alrededor, por encima o viviendo en él, estarás inmerso en la realidad del pecado. Por eso, Dios nos dio la salida del pecado en Cristo, para que en Él encontremos el perdón, la vida, una nueva realidad, una nueva herencia, una nueva esperanza.
El llamado de Dios continua siendo el mismo: venir a Él por Cristo, nuestro Dios, Señor y Salvador, para que, creyendo en Él, recibamos el Espíritu Santo por la fe, y con Él, la confirmación divina de que somos realmente hijos de Dios por la fe.
Entregue su corazón a Cristo, y huya de la esclavitud de vivir rodeado del muro del pecado.
Que Dios te bendiga
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