Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme; la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad. (Juan 4:20-24)
La frase de Jesús "adorar en espíritu y en verdad" ha sido muy usada en el medio musical cristiano para definir un estilo íntimo y personal de adoración, y en ocasiones parece más un cliché que una frase importante dentro de las enseñanzas de Jesús.
Otras personas elevan eso a un nivel más místico aún, y lo colocan como algo casi inalcanzable. Así, muchos viven su vida intentando alcanzar esa adoración que los haga remontarse a las alturas, cerca del trono de Dios, contemplando su majestad y hermosura.
Seamos sinceros, ambas posturas tienen algo en común: se olvidan del contexto en la cual Jesús expresó esas palabras, y por eso comencé con el texto en su contexto menor, pero vamos a verlo con detalle.
Entre la mujer samaritana y Jesús hay más que una diferencias de naturalezas y géneros: estaba el aspecto cultural - judíos y samaritanos. Ambos tenían, a pesar de decir que era el mismo Dios, diferentes formas de culto (los judíos tenían la Ley, los Salmos y los Profetas, en cuanto que los samaritanos sólo tenían la Ley), lugares de adoración (Jerusalén para los primeros y el Monte Gerizim para los segundos), y un concepto diferente del Ser de Dios (los judíos acusaban a los samaritanos de hacer sincretismo de la fe con otras sectas).
Cuando Jesús se encuentra con la mujer él le descubre a la mujer que la verdadera satisfacción del ser humano se encuentra en Dios: él es el que nos puede dar el agua viva que nos quitará la sed de nuestra alma; luego le demuestra que Dios está más cerca de lo que ella podía imaginar: él le descubre su vida sin acusarla y ella, descubierta, comienza a pensar si él es profeta.
Ahí entonces, entramos en el aspecto de la adoración.
Judíos y samaritanos rivalizaban entre el monte Sión y el Gerizim, y ambos se atribuían las expresiones más puras de adoración. La mujer quería saber cuál era la correcta.
Jesús resume el tipo de adoración que agrada a Dios en dos palabras: espíritu y verdad.
Y Jesús la explica según la fórmula tradicional de su época: de forma cíclica, repitiendo la enseñanza de varias formas para que puedan entender.
Jesús dice que la hora va a llegar en que ni en Gerizim ni en Jerusalén adorarán al Padre, mostrando que no habrá un lugar específico para la adoración.
Esto es muy importante, tanto por la naturaleza del Ser de Dios como para las misiones.
Refleja la Omnipresencia de Dios, que no está limitado a un lugar específico para ser adorado como en la Ley que había la necesidad de un sólo altar y un sólo Templo para mantener la unidad y la centralidad de la fe. Dios puede ser adorado en toda la tierra. Lo que nos lleva a la importancia para misiones - Dios va a ser adorado en todas las naciones, no sólo en un lugar, todos pueden - y deben - adorar a Dios sin importar donde estén. Que Dios sea alabado en todo lugar (ahí también podemos ver la importancia de la Iglesia Local como un lugar donde esos adoradores se reunen para adorar al Dios triuno en unidad).
Luego le dice a la mujer que ellos - los samaritanos - no conocen al Dios a quien ellos adoran. Ese desconocimiento viene dado por varias razones conocidas: una de ellas es que ellos no reconocían todo el Antiguo Testamento, sólo los primeros 5 libros, con lo cual ellos perdían gran parte de la revelación divina. Por otro lado, ellos sí practicaban el sincretismo con otras creencias, particularmente las religiones de las naciones que poblaron la región de Samaria después de la invasión Asiria al reino del Norte. Otra razón es que Dios escogió a Israel como los portadores de las promesas divinas para preparar a la humanidad para la llegada del Mesías, los israelitas guardaron las formas y rituales de adoración en los lugares establecidos por Dios para ello. La conclusión es clara: los samaritanos no sabían a Quien adoraban, los judíos, por otro lado, sí.
El diálogo concluye mostrando un atributo de Dios: es espíritu, no es un ser visible, eso no quiere decir que no esté presente, pero que no está limitado a un recinto, lugar o altar, Dios es espíritu, presente y al mismo tiempo Soberano.
Con eso en mente entendamos la expresión "en espíritu y en verdad".
La adoración no tiene nada que ver con experiencias místicas, ni con música y canciones, ese ha sido uno de los errores más grandes de la nueva cultura cristiana. La adoración es algo que es personal, que hacemos cuando tenemos una relación con alguien, adoramos cuando conocemos, cuando reconocemos que esa persona es superior a nosotros y que es digna de recibir el más alto de los reconocimientos.
Escuché hace muchos años que alabamos por aquello que Dios hace y lo adoramos por lo que Él es, en realidad la Biblia no hace distinciones de ese tipo, se hace complicado pensar si el Ser y el hacer van separados porque en realidad con nuestras acciones reflejamos quienes somos. Y en el caso de Dios sus obras demuestran su carácter, así que esa frase tampoco ayuda en adorar en espíritu y verdad.
La clave está en el texto.
Adoramos a un Dios espiritual de la forma que a Él le agrada, basados en una relación de Padre-Hijo, Señor-Siervo, de acuerdo a los parámetros que Él estableció y de tal forma que le agrade a Él, adoramos a un Dios que conocemos, con quien nos relacionamos, de quien recibimos la Gracia y el Perdón de nuestras almas, de quien recibimos la filiación y la adopción, que nos conoce desde antes de la fundación del mundo y que nos llama por nuestro nombre. Adoramos a un Dios que se hizo carne, habitó entre nosotros y sufrió el castigo que merecíamos, pagando el precio de nuestros pecados en la cruz, resucitando al tercer día y sentándose a la diestra del Padre en las alturas. Adoramos al Consolador, que habita en nosotros y nos guia a toda verdad, aquel que nos corrige, nos instruye, nos enseña e ilumina nuestros pasos a la luz de la Palabra de Dios. Adoramos a un Dios conocido, que se ha revelado a nosotros.
Adoramos a un Dios que no habita en templo hechos por manos de hombres, sino al Dios que decidió morar con nosotros, siendo nosotros su Templo, un Templo vivo que se edifica día a día, visto que ese Dios no tiene un recinto sagrado donde morar, todos sus hijos pueden reunirse en cualquier lugar y adorarlo juntos en unidad, o en momentos de soledad también puede ser adorado. Un Dios que puede ser adorado en secreto o en medio de la congregación.
Para mí, a la luz de lo que puedo ver en Juan 4, eso es adorar en espíritu y verdad.
¿Qué piensas tú?

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